Díez y Romeo Legal: ¿Cazadores de drones?
Abogados Díez y Romeo, informa:
Julio de 2024. En algún lugar de Europa. Un cielo cubierto de nubes químicas impide ver el sol del mediodía. Pese a la lluvia caída durante la mañana, el calor es sofocante. Un francotirador, armado con una ballesta y dardos de acero con cabeza explosiva de fabricación casera, se aposta en lo alto de un edificio. Oculto entre los tubos de ventilación, mira al cielo. Parece tranquilo, pero alerta; se seca el sudor de la frente con el puño de la manga. Lleva la cabeza cubierta con la capucha del canguro para evitar ser identificado desde una cámara aérea o por alguna de las videocámaras de vigilancia instaladas en la misma terraza y edificios colindantes. De pronto, a unos cincuenta metros sobre la azotea, un dron atraviesa el cielo grabando con una cámara la zona sobrevolada. El ballestero apunta al objetivo y lanza certero un dardo. El aparato explota en el aire y sus restos caen esparcidos en pequeños trozos sin provocar daños. Con la misma recoge su mochila y la ballesta, y sale pitando del lugar. No tardará en llegar la policía para intentar localizar al saboteador. Para entonces no habrá ni rastro de él.
El dron pertenece a una empresa de seguridad privada con la que el Ministerio de Seguridad Interior ha concertado la vigilancia aérea de las poblaciones con estos artilugios manipulados por control remoto. El francotirador es una activista de Dignidad, una organización pro derechos humanos que sabotea sistemáticamente el vuelo de estos zánganos. Los movimientos cívicos han mostrado su rechazo a estos medios de control por considerar que vulneran el derecho a la intimidad, a la dignidad, a la propia imagen y a la libertad de movimiento. El Tribunal de Estrasburgo ha resuelto en varias ocasiones contra la utilización abusiva de estas cámaras voladoras, acogiendo las demandas ciudadanas. Algunos Estados europeos se han desvinculado o formulado reservas a parte de los protocolos del Convenio Europeo de Derechos Humanos para evitar que las sentencias del Tribunal les vinculen.
Esto es hoy ciencia ficción, pero Chris Anderson, periodista y fundador de 3D Robotics (fabricante de drones) afirma que dentro de muy poco, los drones van a convertirse en un objeto mainstream –así mismito lo dice– «millones de cámaras sobrevolarán nuestras cabezas» y será necesario una regulación del tráfico aéreo de estos aparatos.
Por lo pronto el Gobierno español ha aprobado a las carreras un decreto-ley que regula lo concerniente a la seguridad aérea en el uso de drones. Pero además de la seguridad de las personas, animales y bienes, existe una cuestión que trasciende a todo esto y tiene que ver con la intromisión en la privacidad. Imagínese –aunque sea un ejemplo trivial– que alguien está tomando el sol en la terraza de su casa, tal como Dios lo o la trajo al mundo, creyendo que no le ve nadie, mientras un aparatito de estos sobrevuela la zona filmando el espectáculo. Simultáneamente, se están bajando las imágenes captadas por el dron a una red social con una simple aplicación para smartphone de las que ya existen en el mercado.
La cuestión no es baladí. El problema que puede plantearse respecto a los drones, equipados con cámaras en su mayoría, se une al de las videocámaras de seguridad en la vía pública y al uso –o al abuso– que de estas pueda hacerse. Esta irrupción en la vida cotidiana puede afectar a derechos fundamentales como la intimidad personal y la propia imagen, e incluso condicionar el ejercicio del derecho a la libertad de movimiento reconocida en el art. 19 de la Constitución.
Cuestiones como estas deberían ser suficientes para abrir un gran debate social sobre el utilización de las nuevas tecnologías versus respeto y protección de los derechos y libertades fundamentales. Algo que hoy, más que nunca, debe servir de test para la regulación de las tecnologías aplicadas y la llamada inteligencia artificial.
Son muchos los que piensan que la expansión de la cultura del selfie no es gratuita y exige ciertas servidumbres. El argumento simplón y poco inteligente de tachar de conspiranoicos y calificativos similares a quienes desconfían de esta red de interconexión global en la que estamos ineludiblemente atrapados, ya no vale. Que el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación está adquiriendo tintes orwellianos, no es ficción.
Pero la ciencia nos sigue sorprendiendo cada día que pasa. Si hasta hace nada la ubicuidad era un atributo divino, acabo de leer unas declaraciones de Tomas Palacios que casi lo desmienten. Palacios es profesor asociado de Ingeniería electrónica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Afirma que se trabaja ya con nuevos materiales que tendrían aplicaciones tales como cubrir enteros edificios con circuitos electrónicos sutiles que permitan, por ejemplo, medir el estado de los elementos estructurales; o emplearse en la fabricación de ordenadores o tablets flexibles que puedan enrollarse y echarse al bolsillo como una hoja de papel; o se pueda llamar por teléfono sin teléfono, ya que todos los elementos de la casa estarán conectados a internet y podrán interactuar con nosotros. Él lo llama: electrónica ubicua.
En fin, parece que el futuro ya es presente. De momento, los drones están aquí, cada vez más presentes en nuestras vidas, fisgando sobre nuestras cabezas, aparentemente inocuos como un selfie.
http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=389573
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